Comentario
Por Claudio Ratier
Milán, a sus pies
La nueva ópera se estrenó en la Scala el 26 de octubre de 1827, con Rubini como protagonista. El triunfo fue total y lo sorprendente es que el público, acostumbrado al exuberante estilo de Rossini, haya aceptado a un joven compositor que llegaba con un estilo muy distinto al de su músico favorito. A los pocos meses
Il pirata triunfaba en Viena y la fama de Bellini se extendía por los principales centros musicales. Fue llamado desde Génova, para que compusiese una ópera en vistas a la inauguración del Teatro Carlo Felice (1828). Como no tuvo tiempo para encarar un nuevo trabajo ofreció
Bianca e Fernando, con cuatro agregados para la ocasión. Fueron sus intérpretes Adelaida Tosi, Giovanni David y Antonio Tamburini.
Un nuevo encargo
scalìgero se estrenó el 14 de febrero de 1829:
La straniera. Participaron la Ungher, la Méric-Lalande y Tamburini, con tanto éxito que al concluir la función Bellini debió salir a saludar repetidas veces. Paralelamente al aumento del prestigio comenzaba a afianzarse un estilo musical largamente buscado, que se encaminaba hacia un nuevo horizonte. Escribió Florimo: “Puede decirse que el suceso de
La straniera merece inscribirse en los anales de la música, porque con ella Bellini aseguró la victoria a la reforma emprendida, llamando a todos a agruparse irresistiblemente bajo su bandera. Más aún considerando la estructura y las formas de esta ópera, se demuestra que Bellini, para apartarse de las fiorituras y ornamentos de los cuales se abusaba en aquel tiempo, propone una melodía demasiado silábica, abusando todavía de muchos recitativos cantados a tempo. Al darse cuenta de este exceso se corrigió de inmediato en vistas a los trabajos sucesivos, donde supo establecer con rara valentía el verdadero canto, y una justa declamación cantada.” (P. 11; más allá de algunas observaciones personales, el comentario merece atención)..
Llegó un nuevo encargo para la apertura del Gran Teatro Ducal de Parma (hoy Teatro Regio):
Zaira, estrenada el 16 de mayo de 1829. Cantaron la Méric-Lalande, la Cecconi, Trezzini, Inchindi y Lablache. El estreno no funcionó y es probable que las razones, antes que artísticas hayan sido “municipales”: Bellini se atrevió a rechazar el libreto propuesto,
Cesare in Egitto, debido a un poeta parmesano cuyo nombre no conocemos. Cuenta la anécdota que una vez terminada la función, el compositor se paró en la entrada de la platea impávidamente, para mirar cara a cara a todos aquellos que habían desaprobado su ópera. Según Florimo, a partir de este hecho adoptó la costumbre, seguida por otros compositores, de no sentarse más al
cembalo durante las tres primeras funciones según la usanza. Mientras tanto, los milaneses daban con éxito reposiciones del
Pirata (Teatro della Canobbiana) y
Bianca e Fernando (Teatro alla Scala).
(Sigue en orden de composición I Capuleti e i Montecchi, a la que dedicaremos su parágrafo más adelante.)