Comentario
Por Claudio Ratier
Héctor Berlioz y Faust
Como toda moda, la
grand opéra pasó y le cedió el puesto a otro tipo de espectáculo, sentimental y refinado, conocido como
opéra lyrique. Y aquí llega el turno de Charles Gounod (1818-1893), alumno del Conservatorio de París, Premio de Roma, autor de música sacra, canciones, piezas instrumentales y unas cuantas óperas. La primera de ellas fue
Sapho, estrenada en la Opéra en 1851 y seguida a lo largo de los años por títulos como
Le médecin malgré lui (1858),
Mireille (1864) o
Polyeucte (1878). Hombre profundamente místico, llevó su ejemplar de la tragedia de Goethe a Roma, donde la Academia Francesa lo hospedó en virtud del mencionado premio; según él mismo expresó, la obra de Goethe no lo abandonó jamás y la “idea fija” que se gestaba en su mente, tardó algunos años hasta cobrar forma musical. Obsesionado con la figura ideal de Marguerite, recorrió Alemania en busca de inspiración y tras un largo proceso, completó
Faust; al contrario de lo sucedido con la experiencia de Berlioz, el suyo conoció el éxito. Y también en oposición a Berlioz, que arroja a Marguerite al infierno, él y sus libretistas decidieron concederle la Gracia Divina.
Faust es la obra maestra de Gounod y desde su triunfo inicial conoció un éxito imperecedero. Se estrenó en el Théâtre Lyrique de París el 19 de marzo de 1859, con libreto de Jules Barbier (1825-1901) y Michel Carré (1819-1872). (A modo de antecedente: en 1850 Carré había escrito una pieza teatral titulada
Faust et Marguerite). Dirigidos por Adolphe Deloffre, fueron sus principales intérpretes: Joseph-Théodore-Desiré Barbot (Faust), Émile Balanqué (Méphistophélès), Marie Caroline Miolan Carvalho (Marguerite) y Mr. Reynald (Valentin). De todas las creaciones líricas del compositor, en prestigio y vigencia
Faust es seguida por
Roméo et Juliette (1867).
El argumento del
Faust de Gounod se centra en el sufrido idilio entre el conflictuado doctor y Marguerite, y pasa por alto otros aspectos del complejo texto que le sirvió de base. Más allá del éxito internacional, los alemanes de su tiempo no aprobaron esta simplificación y con razón la rebautizaron
Margarethe: en definitiva, no se trata de otra cosa que de una historia de amor interferida por un demonio.
La versión de
Faust que conocemos en la actualidad difiere de la original, debido a los cambios paulatinos incorporados por Gounod. Los diálogos hablados a la manera de la
opéra comique fueron sustituidos por recitativos musicalizados y se agregó la plegaria de Valentin, cuya melodía se anticipa en el preludio. Para el estreno en la Opéra en 1869, se introdujo la noche de Walpurgis en el IV acto, con su obligado ballet.
La sutil y colorida orquestación de la partitura, con sus atmósferas que describen las situaciones dramáticas y los estados anímicos, pone de manifiesto la profunda formación musical de Gounod. Es que la masa orquestal, de a ratos unida a un gran coro que llega a cobrar carácter protagónico, juega un papel esencial desde los sombríos compases iniciales hasta la encandilante apoteosis final.
No olvidemos que Gounod fue un imaginativo melodista. Muchas arias de
Faust, de efecto infalible, pasaron a integrar los repertorios de concierto de los cantantes de diferentes cuerdas. Esto se puede decir de la cavatina
Salut! Demeure chaste et pure (Faust, acto II); “Balada del Rey de Thulé / Aria de las joyas” (Marguerite, acto II); la plegaria
Avant de quitter ces lieux (Valentin, acto I); el rondó
Le veau d’or y la serenata
Vous qui faites l’endormie (Méphistophélès, actos I y III).
De los números de conjunto centremos nuestra atención en el cuarteto del jardín (acto II), en el cual las líneas asignadas a Marguerite, Faust, Marthe y Méphistophélès juegan entre lo lírico, lo angustiante y lo irónico; o en el dramático terceto final en la prisión, a cargo de Marguerite, Faust y Méphistophélès; entre los momentos asignados al coro se destacan el coral de las espadas y el vals
Ainsi que la brise légère (acto I), el coro de soldados (acto III) y la apoteosis final.
Enfaticemos la introducción instrumental que abre al drama, cuyo adagio en Fa menor nos transmite la desolación del Dr. Faust, y que luego de transitar algunos dinámicos compases desemboca en un andante en Fa mayor: como se dijo, se expone ante el oyente la plegaria de Valentin, gracias a la cual cede lo opresivo y se gana en distensión. Son estos nada más que algunos ejemplos destacados, que nos presentan a Gounod como uno de los más eficaces compositores dramáticos que dio Francia en el siglo XIX.
Faust constituye unos de los cuatro pilares de la ópera francesa del ochocientos. La siguen
Carmen de Bizet (1875),
Les contes d’Hoffmann de Offenbach (1881) y
Werther de Massenet (1892). En su comentario para el programa de mano del Teatro Colón (Temporada 1998), Pola Suárez Urtubey proporcionó el dato asombroso de que hacia 1975,
Faust contaba con 2.358 representaciones solo en la Opéra de París.
El Met neoyorquino se inauguró el 22 de octubre de 1883 con
Faust. Tantas veces regresó a esa sala, que el crítico del New York Times W. J. Henderson la rebautizó irónicamente como
Faustspielhaus