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Rigoletto
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Portada de la primera edición de la partitura de Rigoletto.
Comentario

Breves palabras sobre la ópera

No podemos dejar de lamentar que las intenciones del maestro se viesen obstaculizadas por la censura y que las transformaciones sufridas a partir del libreto original, hayan puesto freno a la necesidad de libertad para desplegar sus ideas. Verdi demostraba tener una profunda conciencia acerca del valor del componente dramático en un género que cada vez tomaba más distancia de un pasado, en el que se apreciaba a la ópera como el campo de un virtuosismo vocal que no tenía mucha más finalidad que colocar sus propias habilidades en el centro del espectáculo. Sabía que teatro y música formaban una indisoluble sociedad en la que ambos se demandaban por igual, y con Rigoletto colocaba su interés en una obra debida a la pluma de uno de los más célebres autores de su tiempo.

De una partitura de la que se puede hablar mucho, sólo nos detendremos en algunos aspectos. Cada vez más alejado de un tipo de orquesta que cumplía con la simple función de acompañante de los solistas, Verdi le otorga al grupo instrumental una labor descriptiva de los sentimientos y situaciones que atraviesan los personajes. Desde el inicio, con un preludio tan breve como patético, plantea con claridad y síntesis la suerte fatal del protagonista de la ópera. Las pródigas líneas melódicas expresadas por los solistas en diversos conjuntos, arias y ariosos exhiben una fuerte cohesión con el carácter de cada papel, apoyadas por una instrumentación que toma parte activa según los rasgos de cada uno.

Es muy interesante considerar la forma en la que ciertos motivos aparecen y se repiten a lo largo de la partitura. Al inicio del preludio, trompetas y trombones tocan semicorcheas y negras sobre la nota Do (ejemplo 1), para presentar un motivo que reaparecerá antes del inicio del dúo entre Rigoletto y Sparafucile en el Acto 1, Quel vecchio maledivami! (ejemplo 2), y que se repetirá en otras ocasiones. Eje de la trama, traduce la idea de la maldición de Monterone y la obsesión del protagonista con la fatalidad de su destino. No deja de llamar nuestra atención la manera en la que se construye, con un recurso sumamente mínimo, una atmósfera tan asfixiante y ominosa. Los compases iniciales del Acto 2 que introducen la escena y aria Ella mi fù rapita! / Parmi veder le lagrime, presentan mediante los violines un motivo que relacionamos con la agitación del Duque de Mantua ante el secuestro de Gilda (ejemplo 3). Hábil para la autocita disimulada, el compositor ofrece una variante de este motivo en la voz de la misma Gilda, cerca de la culminación del quartetto del Acto 3, Bella figlia dell’amore (ejemplo 4). Como siempre sucede con los motivos conductores, es importante apreciar su valor en el devenir de la trama.

Si durante el siglo XVIII y comienzos del XIX la ópera respondía a una rígida estructura de números cerrados en la cual las arias, conjuntos y concertados estaban separados por recitativos, romper ese esquema en beneficio de una continuidad dramático-musical que beneficiase al devenir de la acción llevó mucho tiempo. Verdi dio grandes pasos en este terreno, hasta conseguirlo definitivamente en sus obras de madurez. Rigoletto ofrece varios y eficaces ejemplos de esta búsqueda, como en el momento final del aria del Acto 1 Pari siamo!, que en lugar de concluir con un acorde con resolución se funde de inmediato con la escena siguiente entre padre e hija. Este dinámico recurso posibilita un salto a la continuidad, en lugar de delimitar el aria dentro de una estructura rígida (ej. 5).

Para concluir con esta selección de ejemplos no dejaremos de mencionar la tempesta del tercer acto, magistral momento en el que Verdi hace cantar a la naturaleza, valiéndose de los cromatismos del coro masculino a bocca chiusa que recrean el sonido del viento, junto a los relámpagos (flauta y ottavino) y los truenos (violas, violoncellos y contrabajos en su registro grave, y gran cassa) (ejemplo 6).

No es necesario ejemplificar musicalmente el final, en el que lo trágico y la burla (asumida por el despreocupado y frívolo canto del Duque con la repetición de una de las páginas más célebres de la literatura lírica mundial: La donna è mobile) contrastan en un momento culminante y terrible. Alguna vez se ha comparado la relación Rigoletto-Duque de Mantua con la de Dorian Grey y su tristemente célebre retrato. El bufón cumple con la función de reflejo monstruoso de la moral de su amo, que al fin y al cabo es quien decide acerca de la suerte de sus súbditos, sean aristócratas o plebeyos. Y si no hay una decisión directa, la atmósfera de abuso y corrupción es tan grande que los destinos de los más desgraciados caen al abismo por sí solos.
 

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