El período de ensayos antes del estreno duró un mes. Muzio se ocupó del acompañamiento al piano y gracias a Marianna Barbieri Nini conocemos algunos datos testimoniales de aquellos días. Estas son sus palabras y se refieren al duetto Fatal mia donna (fueron extraídas del texto incluido en la edición local de la ópera, en versión discográfica de Claudio Abbado):
Lo repetimos más de ciento cincuenta veces, de manera que, como solía decir Verdi, fuese más hablado que cantado. [...] La noche del último ensayo, con el teatro lleno de invitados, Verdi obligó a los artistas a ponerse los trajes, y cuando él insistía en algo, pobre del que lo contradijese. Cuando ya estábamos vestidos y preparados, la orquesta en el foso, el coro en el escenario, Verdi nos hizo señas a mí y a Varesi, y nos pidió que saliéramos a escena. Allí nos explicó que deseaba que lo acompañáramos al salón, para ensayar de nuevo con el piano el maldito dúo.
“Maestro” –protesté–. “Ya nos pusimos estos trajes escoceses: ¿cómo podremos salir?” “Pónganse encima una capa.”
Y Varesi, irritado por el extraño pedido, se atrevió a levantar la voz: “Pero por Dios, ya lo hemos ensayado ciento cincuenta veces!”
“¡Yo no repetiría eso, porque dentro de media hora serán ciento cincuenta y una!”
Era un tirano y había que obedecerle. Todavía recuerdo la mirada siniestra que Varesi dirigió al Maestro mientras lo seguía hacia el salón. Con la mano sobre el pomo de la espada, parecía dispuesto a matar a Verdi, así como un rato después asesinaría al rey Duncan.
Pero incluso Varesi cedió, y se realizó el ensayo número ciento cincuenta y uno mientras el público impaciente protestaba en el teatro. Sin embargo, quien dijera que el dúo fue recibido entusiastamente no reflejaría la realidad de lo que ocurrió: fue algo nuevo, increíble, nunca imaginado.
El estreno tuvo lugar el 14 de marzo de 1847 en el Teatro alla Pergola de Florencia, en medio de una campaña publicitaria que generó enormes expectativas y con una fervorosa aprobación del público. El punto central de la obra estaba en la “escena del sonambulismo” del Acto IV, que Barbieri Nini resolvió magistralmente al extremo que Verdi, en una especie de estado de conmoción, no encontró palabras para expresarle su admiración. Por el lado de la crítica se elogió a los cantantes aunque se atacó a Piave, que fue tratado de poeta mediocre (a pesar de que su nombre no figuró en el libreto impreso, pues en un principio el crédito del texto, para el que tanto había aportado Maffei, representó un dilema). Acerca de la música se ponderó el genio de Verdi pero se pusieron reparos en cuanto a que dentro del “género fantástico” la nueva ópera no tenía peso alguno. Más allá de esas pequeñas y molestas adversidades, se puede agregar que no sólo que el músico recibió una fervorosa adhesión del público, sino que además fue compensado con una gran suma de dinero, superior inclusive a la que acostumbraba a recibir Bellini, el compositor mejor remunerado hasta el momento.
Verdi dedicó la partitura de Macbeth a Antonio Barezzi, su antiguo protector y padre de Margherita, su primera y fallecida esposa. Debieron transcurrir unos cuantos años para que otra vez bajo la inspiración de Shakespeare, legase al mundo sus dos últimas óperas. Fruto de la colaboración con Arrigo Boito llegarían Otello (Teatro alla Scala, Milán, 5 de febrero de 1887) y Falstaff (id., 9 de febrero de 1893).
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