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Francesco Cilea y Adriana Lecouvreur

Cilea tuvo un amplio desempeño en la docencia, campo en el que llegó a ser director entre 1916 y 1936 de la casa que en su juventud lo recibió como alumno, el Conservatorio de Nápoles. Sus primeras experiencias como compositor para el teatro cantado fueron Gina (1889) y Tilde (1892), pero recién conoció el éxito gracias a L’arlesiana (Milán, Teatro Lirico, 27 de noviembre de 1897), ópera con libreto de Leopoldo Marenco sobre un drama de Alphonse Daudet (1872), para el cual Georges Bizet había compuesto la música incidental. El personaje de Federico estuvo a cargo del joven Enrico Caruso, y el suceso contribuyó a lanzar la carrera del tenor más grande del siglo XX; el “lamento de Federico” cobró celebridad y basta con dar una mirada a la historia para comprobar que el nombre de Caruso estuvo ligado a muchas creaciones de aquellos tiempos. La próxima ópera del compositor llegaría algunos años más tarde, y fue Adriana Lecouvreur.

Como se dice líneas arriba, Scribe y Legouvé concibieron en 1849 el drama Adrienne Lecouvreur, inspirado en la célebre trágica de los tiempos de Luis XV, para la actriz Rachel, cuyo lugar en la interpretación del personaje heredó Sarah Bernhardt. Sobre esta pieza, Francesco Cilea le encargó a Arturo Colautti, escritor, periodista y político, director del “Corriere del mattino” de Nápoles, la escritura del libreto para su ópera. Como corresponde a un proceso de gestación, la complicada trama debió ser simplificada y los cinco actos del drama original tuvieron que ser reducidos a cuatro. Tanto en la obra teatral como en el texto de Colautti no existe un exhaustivo rigor histórico, y hasta el momento de dar con el libreto definitivo que conformase al músico, se pasó por varias versiones.

Sobre este texto abundante en intrigas, protagonizado por personajes que contrastan en su delineamiento, Cilea compuso una música que se distingue por la inspiración y los momentos de belleza, tanto en situaciones idílicas como de tensión. La sonoridad es brillante, los ritmos son ágiles, pero todo puede pasar a la introspección. En el momento de abrirse el telón se presencian los aspectos pragmáticos que preceden a una representación teatral, cuando Michonnet es requerido por sus cuatro actores, modelados según el estilo de la Commedia dell’arte. El aspecto intrigante y mezquino se plantea rápidamente con la aparición del Príncipe y el Abate, hasta que la llegada de Adriana conduce a otro estadio más allá de la realidad cotidiana. La protagonista es la “humilde servidora del genio creador”, vive para el arte y es un ser que a pesar de sufrir la vileza del mundo, se mantiene puro; es como la encarnación de la más bella obra de arte en medio de la incomprensión, la injusticia y la miseria espiritual. Michonnet la ama en silencio, ella ama al Conde Maurizio de Sajonia, personaje concebido con todo el brillo y heroísmo de los galanes operísticos. Se interpone la Princesa, principal artífice de la trama siniestra y responsable de la muerte de Adriana. El aria con la que hace su presentación en el segundo acto, O vagabonda stella d’oriente, no solo llama la atención por su imponente belleza, sino también por ser una de las pocas arias escritas para mezzosoprano durante este período que llaman “verista”. Al igual que el aria de la princesa, son famosas las arias de Adriana Io son l’umile ancella (Acto I) y Poveri fiori (Acto IV), y las arias de Maurizio, La dolcissima effigie (Acto I) y L’anima ho stanca (Acto II). Hay motivos que sirven para identificar a cada personaje, momentos instrumentales de sugestiva belleza que describen acertadamente el estado anímico que atraviesa cada uno de ellos, y a lo largo de los cuatro actos se puede apreciar una partitura concebida con cuidado y coherencia. La trama podría ser una intriga romántica de tantas, pero es rescatada por una música de altísimo nivel.

La última creación de Cilea fue Gloria, estrenada en La Scala de Milán en 1907 y dirigida por Arturo Toscanini. Bajó de cartel tras la segunda representación. Por consenso general, Adriana Lecouvreur es su obra maestra, y su trascendencia no da lugar a dudas de que se trata de una de las óperas más sobresalientes y refinadas entre las compuestas durante aquel período de la lírica peninsular.

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Por Claudio Ratier 

+ a pelo revuelto

+ acerca de los personajes en la vida real

+ Francesco Cilea y Adriana Lecouvreur

+ el estreno

Francesco Cilea, fotografía autografiada un año antes de su muerte

 
Adrienne Lecouvreur como Monime en Mythridate de Racine, óleo de François de Troy (ca. 1723 )