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Por Claudio Ratier


Tema para una ópera

“(…) Pienso en Tosca. Le imploro que dé los pasos necesarios para obtener la autorización de Sardou. Si tuviéramos que abandonar esta idea, mi pesar sería enorme. En esta Tosca veo la ópera que me cuadra de manera exacta, una ópera sin proporciones excesivas, que es un espectáculo decorativo y brinda oportunidad para una abundancia de música.” Así le escribió Giacomo Puccini el 7 de mayo de 1889 a su editor Giulio Ricordi, a pocos días del estreno de Edgar, su segunda ópera. Pero ¿por qué debió pasar tanto tiempo para que se pusiera manos a la obra con un tema tan irresistible? En su biografía crítica del compositor, Mosco Carner (p. 146 en adelante) especula con que Victorien Sardou, el autor de la pieza original estrenada por Sarah Bernhardt en La Porte Saint-Martin de París en 1887, no se interesó en otorgar el permiso a un compositor apenas conocido (aún no habían llegado al mundo sus trabajos consagratorios: Manon Lescaut y La bohème). Podremos desestimar esta idea, si acudimos a las líneas escritas por Emanuele Muzio (director y compositor, conocido por su colaboración y amistad con Verdi) a Ricordi, fechadas en París el 29 de mayo de 1889. Se trataba de obtener para Puccini la deseada autorización y la persona con quien debió conversar Muzio en representación del editor milanés, fue el agente del dramaturgo. Lo primero que hizo este sujeto de apellido Roger, fue poner en claro que Sardou estaba muy resentido por la mala acogida de La Tosca en Italia, en especial con la despiadada prensa de Milán. Escribió Muzio a Ricordi: “Ante todo Sardou es un hombre de negocios, para mí un verdadero comerciante. No se siente muy dispuesto a que de su Tosca se haga un libreto italiano, porque tarde o temprano un compositor francés podría hacer de ella una ópera francesa. Pero querría saber qué compensación propondría Puccini; no quiere poner condiciones pero escuchará la oferta, que deberá consistir en dinero en efectivo, más una participación en los derechos o en el alquiler de la partitura en los teatros de Italia, reservándose los derechos de autor en Francia.” Luego Muzio se muestra optimista, por lo que es lícito pensar que la puerta de ningún modo quedó cerrada (Abbiati, T. IV p. 406). Sí, Sardou estaba resentido con Italia por el fracaso de su pieza y prefería que esta cayese en manos de un músico francés antes que en las de un italiano, pero decididamente era “un hombre de negocios” dispuesto a dejar de lado algunos sentimientos.

No se puede hablar de tratativas porque no se llegó a tanto. Otra razón, según Carner, habría sido que el mismo Puccini, aún atado a una clase de ópera más bien romántica, desistiese de abordar un drama de características tan realistas, por no ser lo más indicado para el público del momento.

Lo cierto es que el tema reapareció en la vida de Puccini en 1895 (año de finalización de La bohème), al presenciar la pieza teatral en la ciudad de Florencia con la actuación de Sarah Bernhardt. A esas alturas y gracias a los triunfos de Mascagni y Leoncavallo, la ópera verista estaba muy bien instalada y, ya para el año siguiente, nada quitaría a Tosca de su camino. Superado el mal antecedente del estreno italiano, el éxito que cosechaba la creación de Sardou constituía un sólido aval para el proyecto en ciernes.

La Tosca era tema para una ópera, sin duda alguna, pero por la razón que haya sido, la idea original de Puccini quedó en la nada durante mucho tiempo. En 1893 y probablemente a instancias de Ricordi, fue el compositor Alberto Franchetti quien firmó contrato para componer su Tosca, sobre libreto de Luigi Illica. Al año siguiente ambos autores obtuvieron en París el permiso de Sardou, y es un hecho conocido que Verdi, por aquellos días en esa capital para el estreno francés de Otello, acudiese a una reunión con sus compatriotas en casa del dramaturgo. Escuchó muy atento la lectura que del libreto de Tosca realizó Illica y quedó bastante impresionado. Según Gino Monaldi, su contemporáneo y biógrafo, el maestro llegó a decir que de no haber sido tan viejo, y siempre y cuando Sardou le hubiese autorizado modificar el último acto, habría compuesto una ópera sobre La Tosca (Carner, p. 148 y 149).

¿Y Franchetti? Al respecto se afirmó que fue víctima de una intriga por parte de Ricordi e Illica, con el propósito de arrancarle el proyecto de las manos mediante una forma bastante cuestionable. Según esta idea el editor lo habría persuadido arteramente de la inconveniencia del tema, para inmediatamente dárselo a Puccini: nadie más indicado que este para hacer de Tosca una gran ópera, finalidad que justificaba cualquier accionar, aún contra las reglas más básicas de la ética (Carner, p. 148 a 150). Investigaciones actuales han llegado a la conclusión de que Franchetti no renunció a Tosca por haber sido víctima de cosa semejante. Desistió del proyecto por razones que ignoramos y la noticia de que Tosca estaba disponible con libreto de Illica, le llegó a Puccini de casualidad y mientras terminaba de componer La bohème (Schickling, p. 127).

Al fin y al cabo, lo cierto es que con el mismo equipo de colaboradores de su última ópera, el mencionado libretista (con un texto ya escrito y a modificar) y Giuseppe Giacosa, ¡Tosca era finalmente suya!.

 

 
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