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Comentario

Por Claudio Ratier

En torno a la ideología de Wagner

Muy sintéticamente podemos decir que el escrito wagneriano señala una humanidad corrompida por el materialismo y la codicia del sistema capitalista, que en opinión del autor solo será rescatada por el arte; precisamente por una obra de arte total que aúne la música, la poesía y la acción dramática: esta no es otra que la “obra de arte del futuro”. Como único mensajero de esta transformación señala que dicha obra deberá ser llevada a cabo por el pueblo, se ve a sí mismo como quien dará el primer paso y es notoria la forma en la que cierto optimismo asoma entre las agudas críticas. Si estaba dispuesto a ser un reformador tenía la obligación de ser optimista, aunque con el tiempo ese espíritu haya tomado un giro que lo llevó a que al final de Götterdämmerung (El ocaso de los dioses) la aniquilación de los dioses y de la humanidad deberá ser total. (Mucho se ha hablado sobre este final y sus posibles alternativas, hasta es probable que el mismo Wagner, de haber tenido tiempo y oportunidad, lo hubiese replanteado.).

En resumen, el Anillo nace como consecuencia de las observaciones críticas hechas por Wagner a la sociedad de la era industrial dominada por la alta burguesía, en la que el capital es capaz de corromper la esencia humana hasta destruirla por completo. No le fueron ajenas las ideas de Bakunin y es muy probable que tampoco haya desconocido el pensamiento de Karl Marx, que podemos conjeturar con escaso margen de error que le llegara a través de su amigo Georg Herwegh. Este fue un hombre convencido de su ideología de izquierda, que acompañó mucho al compositor al momento de iniciar la escritura del texto que conformará la Tetralogía. Así se habrá impregnado de ideas mientras concebía los textos de Siegfrieds Tod (La muerte de Sigfrido) y Der junge Siegfried (El joven Sigfrido), las epopeyas que describen la plenitud, desgracia y muerte del héroe que, al igual que todos, será derrotado por el anatema del oro de los nibelungos.

Con el conocimiento de esto, ¿sería acertado pensar a Richard Wagner como un hombre de izquierda? La confusión nos hace ser prudentes y no nos decidimos a verlo de ese lado, aunque semejante crítica al capitalismo es difícil que provenga de otro sector. Pero por otra parte es habitual que la gente de izquierda vea en él a un artista de la derecha, que es desde donde comúnmente se le rinde devoción. Especial, estrecha y controvertida fue la relación de Wagner con su mecenas Luis II de Baviera y cuando a la inauguración Festspielhaus de Bayreuth acudieron reyes, emperadores y muchas personalidades de la nobleza, al igual que potentados, probablemente haya sido la primera vez en la historia que los soberanos iban hacia un artista y no a la inversa. Estos y tantos contemporáneos (salvo Bernard Shaw) no vieron sobre el escenario otra cosa que la representación de las antiguas leyendas y mitos nórdicos, y la poderosa música y el componente espectacular se impusieron por sobre todo. No se identificó a los capitalistas con los nibelungos, ni a los dioses con la clase política, ni al oro con el capital. Nadie pensó en el arte del futuro, en la redención, en la utopía socialista o en la crítica de la religión que subyace en El anillo. En 1881, Theodor Fontane hizo una lectura del texto conforme a su sociedad y vio en la obra dos proposiciones fundamentales: “Primera: la culpa, el dolor y la muerte dependen de la codicia y del deseo incontrolado. Quien posea el áureo anillo de los nibelungos, lo tiene siempre sólo para la desgracia y la perdición. Segunda: los dioses están atados a los pactos por los que se rigen. El mismo cielo no puede romper los contratos. Cuando el hombre se desarrolla, caen los dioses; los únicos poderes universales son el espíritu libre y el amor”. Estas palabras reflejan la lectura de la mayoría.

Algo no puede ser pasado por alto. Wagner es tan ambiguo y tan sujeto a polémica, su obra tan cargada de sentidos y su antisemitismo tan conocido, que hasta se lo vio como un fuerte antecedente del nazismo. Es desalentador que se haya persistido y se persista tanto en esa interpretación errónea, cuando que la culpa del Tercer Reich cae en realidad en hechos como que Alemania haya llegado tarde a un mundo en el cual las potencias ya habían trazado las fronteras, y definido a quiénes pertenecían ciertos territorios; o las consecuencias del Tratado de Versalles; o el hecho de que inicialmente capitales norteamericanos hayan financiado a Hitler, porque era el hombre fuerte dispuesto a detener el avance del comunismo. (Muchos se escandalizan con el título El judaísmo en música, uno de los escritos wagnerianos más conocidos, pero nada dicen o no saben del Judío Internacional de Henry Ford, libro publicado en 1920 y que sí tuvo influencia en la ideología nazi; en fin, a la historia la cuentan los que vencen.)¿Era peligroso que Wagner exaltase la sangre y los valores germánicos, al punto de inspirar a los nazis? ¿La exaltación de la sangre y la nacionalidad no es algo común a todo romántico, más allá de su lugar de nacimiento? ¿Se puede creer que los nazis necesitaran a Wagner como inspirador de su delirio racial? Sería bueno pensar en las respuestas a estos interrogantes y si los nazis lo usaron y lo tergiversaron (como también usaron y tergiversaron a Nietzsche) con la complicidad de sus descendientes, no podemos culparlo. Tratemos de alejarnos del prejuicio de que un artista fue responsable de uno de los genocidios más atroces de la historia. A pesar de su antisemitismo, sentimiento que compartía con miles y miles de contemporáneos y con hombres de todas las épocas. De ahí a lo que conocemos, la distancia es muy grande.

Retomemos lo anterior y cerremos este parágrafo. A pesar de formular algunas ideas que cuestionaban al establishment, Wagner nunca cantó La internacional con el puño en alto y por más que haya adoptado una postura de izquierda muy a su manera, no puede ser rotulado ni de comunista ni de anarquista: en una sociedad dominada por ese tipo de ideologías, su fidelidad a su misión individual no habría compatibilizado. Fue un librepensador que solamente estaba a favor suyo, como todo artista comprometido con su obra. Pero ninguno despertó tantas discusiones y polémicas, ni tantos rechazos paralelos a tantas adhesiones incondicionales, ni teorizó y escribió páginas y páginas acerca de sus convicciones como él. Consecuencia última de un Romanticismo que lo tuvo por una de sus más perfectas expresiones, solo permaneció inamovible del lado de su arte y quienes lo acompañaron en determinados momentos de su vida, podían hacerle aportes de diferente naturaleza pero jamás desviarlo de su camino. Imaginemos si hubiese invitado a su amigo Bakunin a la inauguración del Festspielhaus y estreno de la Tetralogía: no es difícil pensar en un gran escándalo. Claro que jamás hubiese tenido lugar porque Bakunin acababa de morir en Berna poco antes de ese día de agosto de 1876, y de haber vivido es improbable que Wagner lo mezclara con aquellos aristócratas y burgueses de Europa y América, que tarde o temprano serían los sponsors de su Festival. En cuanto a la ideología expresada en sus dramas connotadamente, para el orden establecido era bastante indescifrable y por lo tanto inofensiva. Debe su grandeza y trascendencia nada más que a su música, aunque le haya sido insuficiente para transformar a la sociedad mediante una revolución.


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