BUENOS AIRES LÍRICA - La experiencia de la opera
 
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Carmen
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Por Claudio Ratier

Pasado el auge de la grand opéra a la manera de Giacomo Meyerbeer (1791-1864), la escena lírica parisiense planteó cambios estilísticos que se orientaron a complacer las nuevas exigencias de la sensibilidad de aristócratas y burgueses. Alejada de la grandilocuencia y la épica acostumbradas, la nueva ópera encontraba en un compositor como Ambroise Thomas (1811-1896) un cultor afín a sus exigencias. Ganaron celebridad sus óperas Mignon (1866), basada en Wilhelm Meister de Goethe, y Hamlet (1868), sobre el drama homónimo de Shakespeare. Un alto referente durante ese período fue Charles Gounod (1818-1893), el autor de las imperecederas Faust (1859) y Roméo et Juliette (1867), considerada la primera como una de las más sólidas columnas de la ópera francesa del ochocientos. Nada de grandiosidad ni epopeyas a la manera de Les Huguenots o L’africaine, tampoco violencia ni mucho menos sordidez, pero sí delicadeza y dulzura, con el foco dirigido hacia las relaciones sentimentales. A veces, se llegó al límite de generar la adversidad de los defensores de las fuentes literarias que inspiraron los argumentos. Típico es el caso de Faust, en el cual la compleja trama de Goethe se transformó en una historia amorosa interferida por poderes diabólicos; en realidad, el género no daba para otra cosa. Un fructífero continuador de esta tradición fue Jules Massenet (1842-1912), capaz, según algún comentario, de hacer que sus personajes dijeran “te odio” con ternura. Este compositor fue el autor de otra columna de la ópera francesa de su tiempo, Werther (1892), paradigma de ese estilo que dominó media centuria y que conocemos como opéra lyrique.

En medio de esta ola de sentimentalismo y buenos modales ¿cómo arriba Carmen a la vida operística de París? Sin dudas su autor hizo uso de la libertad al extremo de transgredir el buen decoro burgués. Fue valiente y en el más preciso sentido de la expresión su paso hacia adelante le costó la vida. Lejos de extender sobre su creación un manto de silencio, el negocio de la ópera optó por tergiversarla: Carmen poseía valores pero resultaba algo molesta, se apartaba de los cánones y urgió adaptarla al gusto de los públicos de los grandes teatros; no se la podía cambiar radicalmente, pero sí hacerla “aceptable”.

Tarde o temprano las grandes obras de arte son reivindicadas. Si bien lo que se llama las “intenciones del autor” son en gran parte un misterio, se regresa a las fuentes y muchos se sorprenden al comprobar el contraste entre la versión original de Carmen y la que durante tanto tiempo recorrió el mundo y todos conocemos. Para honra de la memoria de sus creadores, desde hace algunos años la Carmen original es revalorizada y ha ganado el lugar merecido.
 

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