Por Claudio Ratier

Una travesía iniciática

París
El Holandés Errante
Estreno y repercusión mundial


Una travesía iniciÁtica

En octubre de 1837 Richard Wagner (Leipzig, 1813 - Venecia, 1883) se instaló junto a su esposa, la actriz Minna Planer , en la ciudad de Riga. Tuvo a su cargo la dirección de la principal sala de conciertos, hasta que las infaltables intrigas motivaron su despido en 1839. Sin desanimarse, lo tomó como una señal del destino que le indicaba el final de una etapa. Su mente estaba ocupada en la composición de Rienzi y la nueva meta, donde añoraba realizar sus expectativas, era París.

Como tantas veces le sucediera en su vida, estaba abrumado por las deudas. Con un dinero que esperaba recibir contentaría a sus acreedores de Königsberg, Magdeburgo y Riga, pero un amigo llamado Abraham Möller lo aconsejó de la siguiente manera: con el dinero reunido sería mejor viajar a París y desde allí, con lo obtenido gracias a su nueva ópera, saldar las deudas. Wagner no tenía pasaporte, si lo tramitaba sus acreedores se le echarían encima, así que la ida de Riga debía ser forzosamente una huída. Trazó el plan con la ayuda de Möller y junto a su esposa y un terranova vagabundo que se les acababa de unir, al que llamó Robber, se dirigió a Prusia a través de la frontera rusa, eludiendo puestos de control y a los temibles cosacos, que tenían orden de disparar inclusive más allá de los límites de su país. Möller les salió al encuentro, gracias a su colaboración cambiaron de coche y tras varias peripecias (insignificantes, comparadas con las que vendrían), se llegó a la conclusión de que no se podría viajar a París por tierra, sino que debían hacerlo por mar, previa escala en Inglaterra. En un nuevo vehículo llegaron a Pillau, y allí, el 19 de julio de 1839, a noche cerrada y luego de haber eludido la guardia portuaria, se embarcaron en el Thetis. El matrimonio con su perro y sus efectos personales, fue oculto por el capitán previendo algún posible control, hasta que llegasen a alta mar.

El Thetis era una embarcación a vela muy precaria, con sólo siete tripulantes, que llevaba comestibles a Londres. Además del nombre del capitán Wulff, se sabe, a causa de sus peleas con Robber, de un marinero llamado Koske. Los primeros días fueron calmos y Wagner practicaba su francés con la lectura de un libro de George Sand. Cada tanto el capitán ocultaba a sus pasajeros ilegales para eludir controles aduaneros. Nada anormal sucedía, hasta que en pleno Mar del Norte se desató una tremenda tempestad que llegó a aterrorizar a los inexpertos viajeros; e inclusive a la tripulación: el viento terrible arrancó el mascarón de proa, un muy mal presagio. En medio del viento, el agua y los vaivenes, Wagner vio aparecer y desaparecer junto al Thetis otra embarcación... Imaginó que se trataba del Holandés Errante, cuya leyenda él conocía muy bien. Padeció dos días de mareos, tendido en el camarote del capitán, y, finalmente, la paz regresó al atracar en la costa noruega el 29 de julio.

Permanecieron en un puerto llamado Sandvigen hasta el 31 de ese mes, pero a raíz de un accidente (el barco chocó contra una roca al zarpar), hubo que retroceder, reparar el casco y partir otra vez el 1° de agosto. Tres días más tarde se desató una nueva tormenta que duró hasta el 8 de aquel mes y superó a la anterior. Los Wagner sintieron que llegaba el final de sus vidas, pero la suerte los acompañó una vez más.

Al regresar la calma el Thetis navegaba fuera de rumbo, a la deriva, hasta que reencontró su ruta y pronto divisó la costa inglesa. ¿Era el fin de las penurias? Se desató una tercera tempestad, proveniente del oeste, y el capitán Wulff debió maniobrar en medio de un gran peligro, hasta que las dificultades fueron superadas en la noche del 11 al 12 de agosto. Por el resto de su vida, Wagner no volvió a pisar un barco a vela. Nunca supo que, nueve años después, el Thetis se hundiría con toda su tripulación en medio de una tormenta.

Las profundas impresiones sufridas durante aquellos días eternos a merced de lo incierto, bajo el azote de la naturaleza furiosa, de cara a la muerte y con visiones tan infernales como estimulantes, hicieron de esta travesía entre Pillau y la desembocadura del Támesis un verdadero viaje iniciático, a lo largo del cual el destino jugó con situaciones extremas y desafió el ánimo de Wagner hasta la desesperación. Todo esto fue el disparador para la concepción de una ópera que iniciaría una de las más grandes revoluciones de la historia operística.

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