Por Claudio Ratier
  Menotti:
desacuerdos y aceptación

The Consul:
un asunto de su época


Estreno mundial
y en Buenos Aires


 
The Consul: un asunto de su época

El hombre del siglo XX encuentra en la literatura de Franz Kafka muchos de esos fantasmas reales que pueden convertir la existencia en pesadilla. En la novela El proceso (Der Prozess, publicada póstumamente en 1925) un acomodado empleado de banco, al que el autor llama el Sr. K, se entera del inicio de un proceso en su contra. Los funcionarios que le hacen la notificación no conocen el motivo, él tampoco. A lo largo de toda la novela tratará de averiguarlo sin encontrar una respuesta, hasta que el proceso llega a su fin y se concreta la sentencia a muerte. Y lo peor es que el Sr. K muere en manos de sus verdugos, ignorante de la razón que arrastró su vida a ese desenlace fatal. Cada vez que un individuo es envuelto por un aparato estatal y burocrático caracterizado por la lentitud, lo inexplicable, lo absurdo y lo perverso, se dice que la situación padecida es “kafkiana”. Altos muebles de metal que contienen archivos ordenados alfabéticamente, metros de estanterías con biblioratos a punto de estallar, listas de espera eternas, pasillos, seres humanos con dramas personales de toda clase, cosificados y convertidos en expedientes, falta de respuestas y maltrato conforman el panorama kafkiano. Lo kafkiano es parte de la vida en sociedad del siglo XX y de nuestro joven siglo XXI, y se manifiesta desde las peripecias que hay que atravesar, por ejemplo, para conseguir telefónicamente una explicación de una empresa de servicios que nos causa trastornos, hasta cosas muy serias con consecuencias tristes. El tema elegido por Menotti para The Consul reviste carácter kafkiano y de ninguna manera nos resulta extraño.

La idea se originó en una noticia publicada el 12 de febrero de 1947 por The New York Times, que informaba que una inmigrante polaca llamada Sofia Feldy se había ahorcado al ser rechazado su ingreso a los Estados Unidos. Finalizada la Segunda Guerra Mundial corrían los tiempos de la guerra fría y, consecuencia de esta crisis, en los Estados Unidos se puso en marcha una política conocida como “macartismo”. Senador republicano por el estado de Wisconsin entre 1947 y 1957, Joseph McCarthy estuvo obsesionado por una conspiración soviética internacional cuya meta era instalarse en los Estados Unidos. Emprendió su “caza de brujas”, famosa por la persecución a intelectuales y a la comunidad artística de Hollywood. El “enemigo” del estilo de vida americano, de la democracia, de la libertad y de la propiedad privada existía en gran parte en la imaginación enferma de McCarthy, en la de sus colaboradores y en la de cientos de miles de ciudadanos de una sociedad psicotizada y paranoica, que hacían su catarsis al mirar películas de marcianos que destruían la Tierra, más precisamente su país libre. También era la época en la que la flamante CIA comenzaba con sus operaciones secretas por el mundo, y en la que el FBI era manejado por J. Edgar Hoover, otro de los personajes siniestros del siglo XX. El enemigo comunista amenazaba fuera y dentro de las fronteras y estaba prohibido el ingreso a los Estados Unidos de cualquier extranjero cuyas ideas políticas fuesen inconvenientes. Del otro lado de la cortina de hierro muchos hombres y mujeres buscaban huir del mundo soviético pero no encontraban una fácil acogida en el país de McCarthy, en incontables casos una meta imposible. Individuos anónimos quedaron atrapados en el cruce del fuego helado de la contienda entre occidente y oriente, y de esto se trata la temática elegida por Menotti para su ópera.

Sus amigos le desaconsejaban escribir un drama que transcurriese en un consulado, pero el compositor, siempre preocupado por su público, tenía plena confianza en la positiva repercusión de este asunto de su época. Ese país imaginario, o más bien indeterminado, en el que transcurre la acción, puede ser cualquier país de los 50 bajo el dominio soviético. El consulado pertenece a un país occidental que defiende la libertad, que por un lado abre sus puertas a los hombres de todo el mundo, pero que por otro despliega su perverso aparato burocrático para no permitirles el ingreso, pues ve en ellos la potencial amenaza a su sistema de vida; puede ser el consulado de los Estados Unidos, no hace falta aclararlo. Al igual que el Gran Hermano de 1984, el Cónsul no se muestra porque no es necesario: hay algo que está por encima de los individuos, por encima de uno de sus tantos brazos ejecutores, y es el sistema. En este sentido The Consul puede verse como un drama denunciante dentro de lo que permitió la política de su época. Que no nos extrañe que a raíz del estreno de esta ópera, tapa de Time incluida, Gian-Carlo Menotti haya tenido su ficha en los archivos de la inteligencia estadounidense (si la tuvieron Charles Chaplin y John Lennon, ¿por qué no Menotti?).

“Esta ópera es un drama sobre la desesperación humana. Es la historia de las angustias y necesidades de una persona frustrada por el mecanismo de los procesos burocráticos y del oficialismo. En algún lado de Europa está el consulado de una nación no identificada que ofrece refugio frente a la opresión y el miedo. A través de sus puertas ingresan los perseguidos, los desesperados, los sin patria, buscando protección, posibilidades de escape y comprensión. Para cada uno de los que buscan la visa, su historia es una demanda individual y estremecedora. Para el consulado cada nombre es, sin embargo, tan sólo un número, cada historia un caso entre tantos. Las esperanzas son archivadas y olvidadas. Antes de que el corazón pueda ser curado o el terror mitigado, deben llenarse formularios, autorizarse certificados y revisarse documentos. Las horas y los días pasan rápido pero el hombre desesperado debe seguir esperando. Y mientras espera, el ser querido puede morir, el terror puede vencerlo o el corazón puede estallar de dolor. Así, la víctima debe soportar la tortura de la esperanza, debe vivir aterrorizada rogando por el milagro de la liberación. Empujada al caos, a la deriva, no se le permite más que compartir y vivir en un mundo creado por la barrera de los papeles, sordo a los gritos del sufrimiento humano.” El compositor dio esta explicación acerca de su drama.

En cuanto a lo musical y en oposición al modo característico de la ópera del siglo XX, que otorga a la voz un desempeño instrumental, Menotti la trató con un sentido del canto y de la expresión heredados de la creación pucciniana. El canto es melodioso, la escritura es cómoda para el cantante y ajustada a la tradición itálica, ya sea en las intervenciones individuales o en los conjuntos, da lugar al lucimiento y el oyente, lejos de rechazar, acepta. La armonía es consonante (aunque excepcionalmente dé paso a la disonancia si el drama lo requiere, como en el momento del suicidio de Magda), el sistema empleado es el diatónico y esta suma de características hace que la música de Menotti sea recibida con complacencia por los oyentes.

Por último, citemos nuevamente las palabras del compositor: “De todas mis obras, The Consul es la que escribí con mayor rapidez. Me sentía inspirado. Inclusive, el aria Papers, papers, fue compuesta en una sola noche. La orquestación es sintética (flauta, dos oboes, clarinete, fagot, dos cornos, dos trompetas, trombón, timbal, dos instrumentistas de percusión, arpa, piano y cuerdas reducidas) pese a que numerosos directores me han propuesto ampliarla para que se oiga más en una típica sala de ópera. Pero me negué: amo esa sobriedad que permite que las palabras se oigan mejor. Aunque The Consul sigue la línea de The Medium, ahora los recitativos (asunto dificultoso para una obra en idioma inglés) comienzan a mostrar un estilo más definido. Temática y musicalmente, The Consul es, por supuesto, una obra más ambiciosa y melódicamente más rica. Siento que en ella pude otorgar vida instantánea a mis personajes, lo cual, pienso, no es tan frecuente en el mundo de la ópera.”

Nota: Las citas de palabras de Gian-Carlo Menotti sobre The Consul, están tomadas del artículo escrito por Julio Palacio para el programa de mano del Teatro Colón (1999).

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