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Rita Cosentino:

autora de la novedosa concepción escénica.


Al colocarnos como espectadores ante una obra que habla de sentimientos -en este caso una ópera basada en una novela célebre- puede nacer el prejuicio de que estamos ante conceptos anticuados. ¿Cuál es la opinión de Rita Cosentino, acerca de un correlato entre la imposible experiencia amorosa de Werther y Charlotte, y la forma de experimentar el amor en la actualidad?

“Podemos decir que cada época tuvo y tiene sus convencionalismos y maneras de vehiculizar la expresión de una forma, genera estilos en la cultura afectiva: el amor cortesano, las maneras del medioevo o el amor romántico. Sin embargo, la experiencia del amor despejada de estas variables es idéntica en su esencia.
La experiencia amorosa se articula y se agita en el individuo de la misma manera desde que el hombre es hombre. El sujeto amoroso no tiene temporalidad en su sentir, el cuerpo sorprendido por el suceso amoroso es idéntico. Una larga cadena de equivalentes une a todos los enamorados del mundo, y la experiencia amorosa entre Werther y Charlotte se reedita continuamente.”

A lo largo de la obra Charlotte se muestra engañosamente pasiva. ¿Cómo se entiende esa candente pasividad de Charlotte? 

“Podemos reconocer que en la relación amorosa siempre pareciera haber un sujeto activo y otro pasivo, o bien la combinación de estos roles que van pasando de uno a otro sujeto. Charlotte se presenta como el sujeto amado, pero hay en ella una falsa pasividad cuyo ambiguo reflejo es como un espejismo que entrampa y potencia el imaginario amoroso de Werther. Charlotte es una mujer obediente y cumplidora, con el deber impuesto por su propia familia; la aparición de Werther en su vida le trae a ella la parte que no conocía de sí misma, la de su propio deseo, y produce una escisión en Charlotte. 

Siempre refiriéndome a la ópera, y no a la novela, Charlotte ama a Werther y su continua frase “debemos separarnos”, que repite en cada uno de los actos, es la valla de contención que ella misma coloca a su deseo y no tanto con respecto a Werther. 

Cuando él en su rapto amoroso la toma entre los brazos, esa barrera que ella impuso se rompe, descubre su deseo en toda su verdad. Werther, incrédulo del momento que está viviendo, deja caer los brazos sin poder sostener su impulso amoroso, dejando a Charlotte en el vértigo de un deseo que se puso de manifiesto. Esto invierte inmediatamente a Charlotte en su posición. Esta falsa pasividad se trastoca en activa desesperación hacia el final, y sigue este desconocido impulso amoroso que la determina.” 

El protagonista y su suicidio están en relación de implicancia. ¿Cómo se interpreta esta acción? 

“El suicidio en Werther es exhuberancia, no resuelve. Es el acto que corona su lógica amorosa y no la lógica de los hechos. Toda su economía de amor fue de gasto, sin freno, sin pausa, de furor, de derroche, evidentemente contrapuesta a la economía amorosa de Alberto, medida y calculada.

Werther reconoce su imposibilidad de asir al sujeto amado. Se excluye asimismo de toda posibilidad, se consuela a sí mismo. A la vez pone fin a la repetición, esto es, al continuo “debemos separarnos” de Charlotte. Decide, trastoca su exaltación en serena entrega hacia el único lugar posible de “encuentro” para él, un “no lugar”. En palabras de Werther: “ahora ya nada nos va a separar”, y yo agrego, ya nada nos va a separar “porque ahora sí estamos separados definitivamente”. Para Charlotte este lugar, cuya extensión es infinita, es inasible y el juego queda desarticulado. Ella es la verdadera derrotada.” 

La puesta

Para la concepción escénica se buscó un enfoque romántico libre de lugares comunes, obviedades que se han repetido hasta el hartazgo. Dicha concepción obedece a tres líneas. Werther parte de una novela alemana que disparó el romanticismo, y el papel de la naturaleza con respecto al ánimo es preponderante.

“¿Cómo es la representación de un estado del espíritu? ¿De un estado de ánimo emanado desde el mismo centro de agitación donde todo sucede, esto es, el corazón de un hombre?

Estas fueron las primeras preguntas desde dónde inicié mi camino. Si un estado de ánimo nos afectara seguramente nos determinaría la visión de la realidad. Así es lo que le sucede a Werther. Pura subjetividad desbordada que impregna el espacio. El movimiento del tiempo amoroso parece tener sus etapas: desde el rapto de la primera imagen, la embriaguez de la perfección del ser amado hasta la amenaza de una ruina que no lo asolará sólo a él sino también al otro. Así, la decisión de un espacio “teñido” enteramente (vestuario, muebles, objetos, etcetera) por el color de esa subjetividad que se une a una naturaleza simbólica que acompaña. Es Werther quien arma el cuadro y elige su color. Mientras él, excluido desde el comienzo, intenta por todos los medios habitarlo, ser parte de esa imagen, sin lograrlo, encontrando su eco dramático en la voz de Charlotte diciendo continuamente “debemos separarnos”.

La segunda línea: una transpolación en el tiempo. 

“Por otro lado, hablando de subjetividad y la particularidad de una visión, me puse los “zapatos” de Massenet. 

Detrás de los sonidos de esta obra está el pensamiento de una época, su época. La sonoridad de Werther es la de fines del 1800, momento en que se estrenó la obra. La adaptación de la novela al libreto responde también a las exigencias de lo que se creía que debía suceder como estructura dramática dentro del drama lírico en ese momento, una suerte de reencarnación musical de la novela, cien años después, se hacía presente. 

Reencarnarse es tener la oportunidad de reeditarse, de volver a tomar cuerpo en un presente: así es cómo el gesto de ese presente, el de Massenet, está en el vestuario.”

El camino de lo dramático.

“La tercera línea abarca lo dramático. El movimiento de ésta historia de amor parte del momento en que Werther, sujeto amoroso, es capturado por esa primera imagen de Charlotte con los niños dándole su merienda. Werther se ve como uno de los niños, desea ese amor, esa inocente visión del mundo. Especialmente en uno de los niños él proyectará su imagen. Durante toda la obra se cruzará con la mirada de ése niño y en ésa mirada añorará la suya. En tanto Charlotte figura materna, el cuadro se completará con Alberto, representación paterna con la que se enfrentará sólo en su pensamiento. Werther es el continuo hijo que implora en su abandono.” 

 

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