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MADAMA BUTTERFLY

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Afiche de A. Hohenstein para

Madama Butterfly.

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Caricatura de Puccini (la “P”),

por Enrico Caruso.

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Reflexiones

Salvo una excepción como el raro Macbeth de Verdi, una ópera italiana sin idilio amoroso es inconcebible. Así lo decidieron las modas y las costumbres. Se ha observado al teniente Pinkerton como un individuo esencialmente repulsivo, edulcorado (o enmascarado) por bellas melodías que justifican la devoción de su esposa japonesa, y que a su vez son capaces de dar lugar al infaltable idilio. También es verdad que en las tiernas frases compuestas para el personaje, Puccini depositó el sufrido amor que él mismo sentía por su farfalletta (4). Repulsividad y dulzura en el personaje del oficial norteamericano, pueden generar un contrasentido que no se sostiene para nuestro análisis. Con su heredada impronta ottocentesca, Madama Butterfly es una ópera moderna que se aleja en espíritu de ese maniqueísmo romántico que estableció que los buenos son sólo buenos, y los malos no pueden ser otra cosa que malos. Aquí no existe ni una cosa ni la otra y con respecto a ciertas ideas planteadas con anterioridad, el compositor encuentra un camino nuevo. Al hablar de lo precedente me refiero a Tosca, donde Scarpia es la más perfecta encarnación del mal de todo el universo operístico, Cavaradossi es el héroe sacrificado por su ideal de libertad y, rasgo a ser tomado muy en cuenta, el par de “dulces manos, mansas y puras” de la heroína pueden teñirse de sangre. Puccini en Madama Butterfly da vida a personajes expuestos a la deriva de sus propios destinos, y los factores de riesgo del juego que llevan a cabo no deben tomarnos por sorpresa. No hay “frágil japonesita” ni “marido despiadado”, y los hechos que se producen exceden todo cálculo inicial (¿quién, si no un necio, puede estar convencido de que la afectividad es controlable?). Finalmente Cio Cio San no se suicida por amor, sino por honor (“Con onor muore chi non può serbar vita con onore” / “Muere con honor, quien no puede conservar su vida con honor”). Una pena profunda acompañará, en distinta proporción y a lo largo de sus vidas, al hijo y a su perplejo padre. Con el sacrificio ritual de sí misma, la japonesa obtuvo su “revancha”.

Dijo Puccini con respecto a Madama Butterfly: “Yo no estoy hecho para gestas heroicas; me gustan los espíritus que tienen un sentimiento como el nuestro, que están hechos de esperanza y de ilusiones, que tienen resplandores de gloria y lágrimas de melancolía, que lloran sin gritar y sufren con una pena muy íntima…” (Arnaldo Fraccaroli, op. cit.). Atrás había quedado el melodramma épico y aristocrático, de cabezas coronadas y magníficos personajes de la historia o de la gran literatura, prestos a empuñar sus espadas o soportar sus conflictos de afecto y poder en la penumbra de sus palacios. El hombre de pueblo, que se veía reflejado en las melodías y en el lenguaje directo de Nabucco, o los patriotas que se enardecían ante la llamada de guerra en Norma, pasaban a ser un anacronismo o un recuerdo del pasado, en medio de la modernidad que irrumpía en el mundo. Mientras tanto, la sociedad burguesa ocupaba un sitio cada vez más importante en la vida cotidiana y nacía una nueva sensibilidad, con su propio lenguaje, que a veces no resistía la tentación de penetrar en el terreno de la cursilería; la emotividad descarnada está tan cerca del kitsch como lo escabroso de lo risible. Puccini, con su ardiente sentimentalismo a flor de piel y sus sinceras fórmulas dramático-musicales, supo hablar al corazón de un nuevo público. No es casual que uno de los hombres más representativos de este “nuevo mundo” (en más de un aspecto, si quieren), Thomas Alva Edison, haya expresado a raíz de La bohème que “los hombres mueren y los gobiernos caen pero las melodías de Puccini vivirán para siempre”. Nadie desplegó una habilidad más aguda y un lenguaje más directo para conquistar a un público de millones de individuos de todo el orbe, que pedían vibrar y hacer su recatada catarsis con emociones sencillas. La creación póstuma Turandot, con su imposible “cuarto enigma” que aún hoy se intenta resolver en vano, podría haber sido la “patada de tablero” del propio juego. Giacomo Puccini se llevó su verdad al mundo del que no se retorna.

Enero de 2003

(4)  Farfalla : mariposa.

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