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MADAMA BUTTERFLY

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Foto de Giacomo Puccini

dedicada a Giulio Ricordi en 1905

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Pierre Loti por Henry Rousseau

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Caricatura del empresario y

dramaturgo David Belasco, por

Enrico Caruso

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+ introducción   + la gestación   + el estreno y la revancha   + reflexiones

El iman del lejano oriente

Manon Lescaut, La bohème y Tosca consolidaron a Giacomo Puccini como el compositor italiano más importante de su generación, y el prestigio conquistado en su país no tardó en extenderse por el mundo. Luego del estreno de la última de estas óperas (Roma, Teatro Costanzi, 14 de enero de 1900), imposibilitado de encontrar un argumento convincente para su próximo drama, el músico cayó en uno de sus recurrentes estados de angustia y desazón. El fantasma de que la búsqueda jamás daría su fruto no dejaba de perseguirlo. Las sugerencias pasaban de largo y temas inspirados en la reina María Antonieta, con el trillado telón de fondo de la Revolución Francesa, o en obras literarias como Los miserables o Cyrano de Bérgerac, eran rápidamente descartados, al igual que el de Los tejedores, pieza del dramaturgo alemán Gerhard Hauptmann que transcurre en el marco de una fábrica textil y guarda un fuerte contenido social; este tema, más bien digno de los futuros tiempos de Il tabarro, fue propuesto por Guido Targioni-Tozzetti, uno de los coautores del texto para Cavalleria rusticana, de Mascagni.

El compositor “esperaba y se torturaba”, hasta que durante una estada en Londres en el verano de 1900, con motivo del montaje de Tosca en el Covent Garden, irrumpió en su vida Madama Butterfly.

Lo oriental no era ajeno al mundo de la creación lírica, desde las difundidas “óperas turcas” del siglo XVIII (su cúspide fue la formidable El rapto en el serrallo, de Mozart), hasta un título que logró sobrevivir en el tiempo, Lakmé, de Délibes (París, Opéra Comique, 14 de abril de 1883). Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX la sociedad vivía una curiosa fascinación por el lejano oriente. Antes que en la música, esta tendencia quizá se reflejó más en la plástica (pensemos en Toulouse Lautrec o en Aubrey Bearsdley) y en la literatura. Fue un oficial de la marina francesa llamado Pierre Loti, quien a raíz de una experiencia en Japón escribió una novela titulada Madame Crisantemo (1887), considerada el antecedente inmediato de Madama Butterfly. Durante esa época Japón atravesaba un proceso de apertura y uno de los aspectos de esta occidentalización dio origen a la costumbre, extendida y estrafalaria, que permitía que mientras durara la permanencia en el país los oficiales extranjeros desposasen jóvenes japonesas, geishas, según refiere Mosco Carner en su voluminosa biografía dedicada al maestro (1). El convenio quedaba sin efecto cuando el marido terminaba su comisión por aquellas tierras y era enviado a otro destino. Esta práctica no era más que una variante lejana de lo que hoy se conoce como “turismo sexual”.

La acción de la novela de Loti transcurre en Nagasaki y su protagonista masculino, Pierre, convive en matrimonio “a la japonesa” con una refinada geisha llamada Ki Hou San (la traducción del nombre significa “crisantemo”). Al final, lejos de todo desenlace trágico, la joven se queda sola y prueba la autenticidad de unas monedas que le dejó su fugaz marido. Madame Crisantemo originó una opereta homónima compuesta por André Messager (París, Théâtre Lyrique de la Renaissance, 30 de enero de 1893).

La fuente directa de la ópera pucciniana está en un texto de John Luther Long, Madame Butterfly, publicado en 1898 en la revista norteamericana Century Magazine, que no fue ajeno a la moda inaugurada por Loti (el significado del nombre de la heroína, Cho Cho San, poco y nada tiene que ver con “mariposa”; Long eligió bautizarla “Butterfly” por la comparación que hace Pinkerton entre este insecto y su flamante mujer, aunque por otro lado se aseguraba que las geishas utilizaban la mariposa como emblema). El relato tuvo resonancia y fue rápidamente teatralizado, en un acto, por el dramaturgo estadounidense David Belasco. El excéntrico Belasco era por sobre todo un empresario que conocía a fondo la vida teatral y el incipiente show business de su país. Fue el hijo de una familia judía de origen portugués convertida al cristianismo y en su juventud asistió a un seminario, de aquí la costumbre de mostrarse públicamente con un cuello clerical.

Durante aquella representación londinense de la obra, Puccini, que no entendía una palabra de inglés, captó el espíritu de lo que sucedía sobre el escenario. Se conmovió en lo más profundo de su alma y al finalizar la representación ya tenía el acuerdo de Belasco para emplear el texto. Así recordaba el dramaturgo este encuentro: “Acepté de inmediato, le dije que podía hacer lo que quisiese con la pieza teatral y formalizar cualquier tipo de contrato, pues no es posible discutir arreglos comerciales con un italiano impulsivo que tiene lágrimas en los ojos y ambos brazos en torno al cuello de uno” (Mosco Carner, op. cit.).

(1)  Carner, Mosco, “Madama Butterfly” en Puccini. La música y los músicos, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 1987, pp. 464-484.

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