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Cuidada y económica
Por Sandra De La Fuente
CLARIN, 15 de noviembre de 2012


Cuidada y económica

Buenos Aires Lírica cerró su temporada con una puesta de Eugeny Onegin, económica y cuidada en cada detalle escenográfico.

En la escena que preparó María José Besozzi casi no hay elementos corpóreos, apenas un banco y una chaise longe distinguen el jardín de la habitación de Tatiana, en el primer acto. El resto son proyecciones, telas traslúcidas y juegos de luz: finísimas transparencias, realzadas por la iluminación de Alejandro Le Roux, eficiente y discreta.

En esa desnudez escénica, la puesta de Mercedes Marmorek, trabaja con un buen elenco de cantantes sobre el que se impone naturalmente la soprano Carla Filipcic Holm. Su voz suena pura y expresiva en todo el registro, y está siempre íntimamente ligada al entorno dramático. Sin gestos vacíos, su Tatiana se mueve con total espontaneidad. Sobre el final, es notable cómo apenas un rictus oscurece su voz y señala la profunda transformación de su carácter.

El barítono Fabián Veloz, como Onegin, resulta un muy buen partenaire. Su voz se proyecta pareja y segura durante toda la obra. Su actuación es del todo convincente en la alegría frívola, pero aún necesita encontrar el tono más personal del Onegin atormentado.

El color vocal del Lensky que canta el tenor chileno Pedro Espinoza es precioso y su trabajo dramático flexible, aunque hay que decir que voz y gestualidad pierden su cauce cuando se preocupa por demandas de la partitura.

La mezzo Vanina Guilledo (Olga) tuvo un comienzo desajustado -su voz se oía insegura y tapada por la orquesta-, pero ganó confianza superada la primera escena. Algo parecido puede decirse de la mezzo Elisabeth Canis (Filipievna), cuyas primeras líneas sonaron imprecisas. Aunque no habría que dejar de señalar la impericia de la fila de cuerdas, antes de juzgar los desajustes vocales de ese primer cuadro. Las diferencias de nivel entre el elenco vocal y el instrumental parecieron insalvables durante todo el primer acto. Aunque todo mejoró en el segundo, las cuerdas nunca encontraron la veta lírica, y la concertación general de la orquesta dirigida por Javier Logioia Orbe se escuchó muy desbalanceada.

El tenor Sergio Spina es un impecable Triquet. En cambio, el bajo Walter Schwarz, el Príncipe Gremin, tiene un color vocal y una proyección vocal magnífica pero su gestualidad se ve endurecida y artificiosa. El coro, dirigido por Juan Casasbellas aportó los cuadros más hermosos de la noche, con precisión vocal y fineza de movimientos.

 
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