BUENOS AIRES LÍRICA - La experiencia de la opera
 
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Una exhumación un poco cruda
Por Federico Monjeau
CLARÍN, Domingo 18 de julio 2010.

La ópera de Donizetti fue rescatada sin un reparto adecuado.

Belisario, la ópera de Gaetano Donizetti que acaba de presentar Buenos Aires Lírica, tiene una historia curiosa. Estrenada en Venecia en 1836, su popularidad inicial cayó rápidamente, al punto de que ya avanzada la segunda mitad del siglo XX nadie habló más de Belisario. Como observan las instructivas notas del programa de mano, una de las razones del ocaso tal vez fuese la temática misma de esta ópera que Donizetti escribió con Cambrano; la historia de un héroe glorioso y a la vez desdichado, Belisario, un general bizantino del emperador Giustiniano, que en la historia real fue acusado de conspirador, encarcelado, y absuelto sobre el final de su existencia. La ópera suma ingredientes dramáticos de supuesto filicidio, madre vengativa, acusaciones injustas y revelaciones familiares. El personaje central es un barítono, lo que confiere a la obra cierta singularidad, sin duda, al alejarla de los estereotipos de la época, y algunos comentaristas han querido ver en esto un anticipo de ciertos dramas verdianos.

Sea como fuese, lo cierto es que Belisario desapareció por completo de la escena hasta que Giannandrea Gavazeni la exhumó en el mismo La Fenice en 1969. En Buenos Aires se había conocido muy tempranamente: en 1851 en el Teatro de la Victoria, pero sólo volvió a escucharse en 1981, en el Colón, con los materiales alquilados a la Opera de Venecia, que a su vez quedarían destruidos con el incendio de 1996.

Buenos Aires Lírica encaró la reconstrucción -que realizó Juan Casasbellas, el direcor del Coro, con la asistencia de Javier Giménez Zapiola- sobre la base de una reducción para canto y piano, un manuscrito apócrifo de la época y grabaciones comerciales.

El trabajo es muy loable, aunque el espactáculo ofrecido no convence.

Belisario no es un título cuyo interés dramático o musical compense una mengua en el reparto, y en este caso prácticamente la única figura realmente sólida fue el propio Belisario, personificado por Omar Carrión; su voz no es caudalosa, es cierto, pero es un barítono muy fino, y no hay por qué ceñirse a las tipologías populares de cómo debe ser la voz de un general de la antigüedad. También destacó Christian Peregrino en el rol de Giustiniano. En cuanto a la principal figura femenina, Antonina, la mujer de Belisario, la actuación de la soprano chilena María Luz Martínez estuvo muy por debajo de lo aceptable (tal vez se trató de una mala elección para el papel, tal vez ella estaba en un mal día). La mezzo Vanina Guilledo (Irene) y el tenor Santiago Bürgi (Alamiro) cumplieron con dificultades. La puesta de Marcelo Perusso se inspiró (o más bien se descansó) en la idea escenográfica de un mosaico bizantino, pero todo resultó un poco obvio. La orquesta dirigida por Javier Logioia Orbe tuvo una buena actuación, también el Coro.

 
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